LA ÚLTIMA AVENTURA

- Jóvenes ya son las cinco de la mañana- anunció el encargado del hostal, después de haber golpeado la puerta de la habitación.
- Gracias amigo – una voz ronca respondió al llamado madrugador.
Sería la última aventura que realizarían en Cusco, habían sido siete días intensos, sus cuerpos estaban agotados. Las vacaciones terminaban y volverían a la capital, aquella ciudad húmeda y gris de invierno y a la rutina de siempre. Aníbal y Pedro, coincidieron hacía seis años en el mismo centro laboral, logrando entablar una buena amistad. Este viaje lo habían asimilado como una despedida a su soltería, ya que en unos meses ambos pasarían a la fila de casados.
El vehículo de la agencia turística los esperaba en la puerta del hostal. Salieron con dirección al río Urubamba en el Valle Sagrado al sur del Cusco. Después de dos horas de viaje llegaron a Cusipata a 3,129 msnm.
Allí desayunaron, recibieron las instrucciones de seguridad y el uso de los equipos para el viaje por el río Urubamba, el grupo lo completaban dos argentinos y dos españoles. Rubén, un muchacho joven que no aparentaba los 20 años que dijo tener, se presentó como el guía de turno. Hubo un tiempo necesario para inflar la balsa y ponerse la indumentaria adecuada, el río tenía color chocolate y estaba en un caudal alto, pues la noche anterior, había llovido torrencialmente en la zona, lo cual era normal en los primeros meses del año.
Cercanos a ellos había un grupo de canadienses, que iniciaban la travesía. En el bote inflable la distribución fue, los dos españoles en la parte delantera, los argentinos en el centro y ellos en la parte posterior. El guía tenía dos remos anclados en la parte central del bote y permanecía de pie, impartiendo indicaciones. Aníbal tocó con su mano el agua, la retiró de inmediato estaba helada y turbia.
Se inició el recorrido, en esta parte el río mostraba amplitud y serenidad, combinaba con el paisaje deslumbrante de los andes peruanos, El guía impartía consideraciones para el manejo del bote, posiciones para sentarse y cómo actuar ante una caída imprevista, lo repitió incesantemente.
Llevaban cerca de dos horas navegando en un río calmo y sentían que habían sido timados, lo rescatable hasta ese momento eran las vistas del paisaje, dignas de una postal de antología.
La balsa fue guiada hacia la orilla del río, antes de seguir su curso natural, venía una curva, la amplitud se había perdido.
- Señores, a partir de este momento pondrán en práctica todo lo que les he venido explicando en el recorrido. Hoy, el río presenta un alto caudal, la dificultad debe estar en un nivel 4 de 5. Sólo sigan las recomendaciones que les expliqué y disfrutarán de una experiencia extraordinaria. Si cayeran al río, mantengan la calma y coloquen su remo a la altura de su pecho, no desesperen, iremos por ustedes. ¡¡ Reemeeennn !!- fue el mensaje del guía.
Los remos empezaron a impactar en el agua, la corriente arrastraba el bote con mayor velocidad,  al terminar la curva el escenario cambió drásticamente. El río se tornó agresivo,  las enormes rocas formaban olas que golpeaban con fuerza. De pie el guía gritaba las frases adecuadas para enfrentar los obstáculos  y avanzar sin contratiempos. Al primer impacto, Pedro se fue de bruces, enterrando su cabeza cercano a los pies de Joaquín, el médico argentino.  Rubén logró levantarlo del chaleco salvavidas y ponerlo en su sitio.Los chorros de agua helada, golpeaban como cachetadas en la cara. Rubén dominaba con sus remos la dirección del bote, pero por momentos era superado por el río agitado.
Tal era el samaqueo que, había instantes que los españoles estaban casi parados remando al aire y en otro instante eran la parte trasera del bote, la que se levantaba, y Aníbal y Pedro, remaban al viento.
El bote chocó contra el enorme tronco de eucalipto, en la parte central, cayendo Joaquín al agua, perdiendo el remo, siendo llevado como una hoja por la corriente. Gracias al chaleco permanecía a flote, hasta que ingresó  a un remolino, giraba sin parar, siendo succionado. Rubén logró acercar el bote lanzándose al agua, al ver que desapareció.  El equipo no dejaba de remar contra corriente, para mantenerla lo más cercana al remolino. De pronto, asomaron sus cascos y los subieron en un solo intento al bote. Joaquín comenzó a vomitar agua, estaba tirado en un rincón del bote. Rubén tomó los remos y comenzó  a dar órdenes a gritos, todos obedecían y luchaban en equipo. Fueron 20 minutos de recorrido, hasta que los envolvió una aparente calma. Ese desgaste físico y mental fue extremo, lentamente el bote fue conducido a la orilla. Habían carpas provisionales, donde los esperaba alimentos y café caliente para el frío serrano.
Al tratar de bajar del bote no pudieron hacerlo en un primer momento, las piernas se movían con un movimiento frenético, no podían ser controladas. Permanecieron unos minutos en el bote, hasta que el inconveniente fue superado, y con ello, terminaba sus vacaciones en el enigmático Cusco, capital arqueológica de América.
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