EL CEMENTERIO

Su chacra quedaba al norte del pueblo, camino a Leticia. Todos los días, a las 4 de la mañana, los dos hermanos Julio y José, de doce y diez años de edad respectivamente, ponían el apero a su burrito “Feliciano” para enrumbar a su parcela. Debían alimentar y ordeñar las vacas, para retornar con los porongos metálicos llenos de leche fresca, pues las personas desde muy temprano, hacían cola para adquirirla. Aquella leche era pura, sin combinaciones o mezcla alguna, eso lo sabían las amas de casa, por esta razón, esperaban el producto pacientemente en la puerta formando su cola. La parte más difícil del viaje madrugador consistía en pasar por el cementerio “Nuestra Señora del Carmen”, ubicado a las afueras de la ciudad, de todos modos, no había forma de eludirlo. Habían ideado un método para superar ese paso que tanto temían ambos. Estando cerca del camposanto, Julio el mayor abrazaba con fuerza a José, cerraban los ojos y calculaban los pasos de “Feliciano”, para posteriormente abrirlos...