EL CEMENTERIO

Su chacra quedaba al norte del pueblo, camino a Leticia. Todos los días, a las 4 de la mañana, los dos hermanos Julio y José, de doce y diez años de edad respectivamente, ponían el apero a su burrito “Feliciano” para enrumbar a su parcela. Debían alimentar y ordeñar las vacas, para retornar con los porongos metálicos llenos de leche fresca, pues las personas desde muy temprano, hacían cola para adquirirla. Aquella leche era pura, sin combinaciones o mezcla alguna, eso lo sabían las amas de casa, por esta razón, esperaban el producto pacientemente en la puerta formando su cola.La parte más difícil del viaje madrugador consistía en pasar por el cementerio “Nuestra Señora del Carmen”, ubicado a las afueras de la ciudad, de todos modos, no había forma de eludirlo. Habían ideado un método para superar ese paso que tanto temían ambos. Estando cerca del camposanto, Julio el mayor abrazaba con fuerza a José, cerraban los ojos y calculaban los pasos de “Feliciano”, para posteriormente abrirlos cuando el peligro ya había quedado atrás. Esta técnica era repetida a diario y funcionaba muy bien. El cementerio no tenía aún puertas en su entrada y sus caminos interiores de tierra afirmada, combinaba con el pasto, plantas y árboles que crecía a sus costados.

Cierta vez, los hermanos se disponían a cruzarlo, así que, cerraron fuertemente sus ojos, empezando la cuenta para calcular el tiempo prudencial que les permita abrirlos. De repente, el burrito se paró en seco, como si algo o alguien estuviera obstaculizando el camino.  Al percatarse de este hecho, el más pequeño con voz quebrada rompió el silencio de la noche.

-         -  Julio, el burro se paró. Abre los ojos pa ver que pasó.

-          -  Por qué no los abres tú que vas sentao adelante.

-         -   Tú eres mayor que yo, ábrelos, o ….. ¿tienes miedo?

-         - 


 A la voz de tres, los dos abrimos los ojos. Ahí va 1,2 y … 3

Lo que vieron los dejó en shock, inmediatamente saltaron del animal, como si tuvieran resortes, salieron disparados gritando de miedo, la veloz carrera era de nunca acabar. "Feliciano" tenía hambre, al no haber puerta que le impidiera el paso, ingresó al cementerio a fin de alimentarse con el abundante pasto que crecía cercano a las tumbas. Al darse cuenta de su ubicación, huyeron despavoridos. Siempre jugaban con la posibilidad que eso sucediera, hasta que ocurrió y lo peor de todo era que su infalible método perdió efectividad, tenían 24 horas para idear otra forma de sortear aquella prueba que significaba cruzar el cementerio y no morir de miedo en el intento 

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