TOCATA Y FUGA



Atrás quedó el colegio primario, ahora en primero de secundaria las cosas serían diferentes. Tan pronto como se iniciaron las clases, salió la convocatoria para integrar la banda de músicos del colegio. Fueron 80 ilusionados y entusiasmados inscritos. El director de la banda no era del lugar, venía de una ciudad vecina a formar a los futuros músicos los fines de semana. De baja estatura, escaso cabello cano, contextura delgada, su nombre Luciano Quiroz. Pronto descubriríamos su peculiar método infalible, para aprender a tocar un instrumento musical. Con la banda de músicos del colegio de su ciudad, había ganado diversos concursos nacionales, inclusive había vencido a la “leyenda” Victorino Amaya, director de la banda del Colegio Nacional “San José” de Chiclayo.
Nos citaron un sábado, el salón explotaba de alumnos deseosos de aprender a tocar. Me incliné por el saxofón, el sonido que emite este instrumento de viento, había despertado mi interés. La clase fue desde las 08:30 hasta las 12:00 horas, con 15 minutos de recreo. La mayoría de horas fueron teóricas, faltando treinta minutos para finalizar la clase, nos dividieron según el instrumento escogido. El grupo de saxo éramos doce para uno sólo. El encargado de mostrarnos las bondades del aparato fue un estudiante de quinto año, con un saxo de su propiedad. Al comenzar la clase, después de la bienvenida y presentación formal, el director hizo hincapié en cinco reglas a cumplir, pocos prestaron atención a ese detalle.
El escuchar clase sin el uniforme escolar, te otorgaba cierta libertad para no seguir patrones, además el profe era “foráneo” y sus evaluaciones no tenían peso en ningún curso. Aquél se limitó a desarrollar el temario, caía simpático y no fue exigente.
Al sábado siguiente, el aula seguía mostrando un lleno total. Ingresó el profe con cara de pocos amigos, imponiendo respeto.
- Buenos días, profesor – se escuchó en coro
- Buenos días. Veamos si cumplieron la primera regla básica, ¿cuánto vale una corchea? Responda el tercero de la segunda fila, el que lleva un polo azul.
En ese momento los cuadernos parecían abanicos en nuestras manos, en busca de la respuesta.
- Continúe el siguiente hasta que alguien responda.
- Cada corchea equivale a ½ tiempo, es decir, dos corcheas equivalen a un tiempo o pulso- contestó Samuel, su padre y demás familiares eran músicos de profesión.
- Muy bien, al fin alguien que cumplió la primera regla: Clase dictada, clase estudiada. ¿Nombre?
- Samuel Lazo, profesor.
- Bien, Samuel. Ahora mételes un cocacho que suene a todos. Estaré observándote, si lo haces suave, te aseguro que te daré el mío con todas mis fuerzas. ¿Entendido?
Haciendo un balance al final de la clase, retorné a casa con seis sonoros cocachos y tres patadas en el trasero y no llevé la peor parte.
El ausentismo que acompañó el siguiente fin de semana fue evidente. En total fuimos 35 estudiantes. Sin embargo, “las caricias” se intensificaron aún más, provocando que deserte y cambie de opinión respecto al profe.
Al pasar los años, me enteré que los chicos que llegaron a pertenecer a la banda, al terminar sus estudios muchos de ellos, ingresaron becados a las bandas de músicos de las Fuerzas Arnadas y Policía Nacional. Recién entendí el singular método empleado por el profesor, era imposible que doce personas con un solo instrumento, aprendan a tocarlo en forma óptima. Así que, con el sutil “método” lograba quedarse con los estudiantes que, por convicción, pasión u otro motivo fuerte, estaban decididos a lograrlo. Demás está agregar, que no estuve en ese privilegiado grupo.

Comentarios

  1. Divertidos relatos Manuel, admiro tu memoria para recordar tantos detalles de tu barrio, colegio, los he leído de corrido y sospecho que no hay un ápice de ficción en todos ellos, saludos y los mejores éxitos para Marc Egg

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  2. Estas en lo cierto. Todos sucedieron . Un fuerte abrazo.

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  3. ahhh que tiempos aquellos. Y da gracias que siempre habia un profe para asistir nuestros sueños..

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