TOCANDO EL CIELO

Las “modas” llegaban como vientos en la cara, no sabíamos quienes la iniciaban, ni quienes la finalizaban, sólo quedaba pasarla bien. Así, teníamos la temporada de “trompos”, “boleros”, “coches”, “chapitas”, “kiwi”, “cometas” y tantas otras. Esta última, sobresalía pues involucraba a más personas. Desde hacer la cometa en perfecta simetría, cortes y grosor de los palos, papel de colores, tirantes, cola de tela en preciso peso y longitud, era un proceso con pasos a seguir. Asimismo, la persona que sostenía la cometa hasta que agarre vuelo, debía tener cuidado, de lo contario corrías el riesgo de terminar con algún corte en el cuerpo. Al momento de levantar vuelo la cola de la cometa con cuchillas “Gillete”, podía llegar a rozarte dejando marcas de por vida.
Mi casa estaba a la espalda de la Iglesia que con sus tres torres representaba una ventaja, ya que este edificio nos servía como barrera natural, al momento de hacer volar nuestro “moscón” (al tener flecos en la punta emitía un sonido similar al insecto conocido como “moscón). Las elevadas torres nos cubrían de los posibles ataques de las cometas enemigas. Muchas terminaron enredadas en su cúpula.
Mi hermano era especialista en fabricarlos y en ponerlos a volar, cada nuevo vuelo era una nueva batalla, ya que ni bien tu moscón se elevaba, aparecían otros tratando de cortarte, entonces se daba inicio al combate, donde no valía “arrugar”.
Volábamos nuestro moscón, en el corral de la casa, recuerdo al "mono" Willy (experto en enredar y desenredar el pabilo) dar órdenes por doquier cuando éramos atacados. Desde que comenzaba a agarrar vuelo, se iniciaba el ataque con los muchachos que estaban en la calle, si tu hilo hacía onda o demasiada curva, fracasabas, porque lanzaban con un “tirador” una piedra atada a un ovillo de pabilo, que al enredarse con tu hilo, se traían tu cometa hacia abajo y perdías, sin lugar a reclamo.
Creo que en el barrio no hubo nadie con tan mal gusto para hacer cometas como Hugo “garañón”, hacía “Barriles”, palos disparejos, papel arrugado, cola pesada, no sé cómo pero volaban y lo que no le faltaba era su cola llena de cuchillas nuevas “Gillete”. Había otros que preferían cometas en forma de escudos, aviones o estrellas.
A nuestro moscón lo hicimos con el palo de los flecos delantero más pronunciado, con el fin de que, al defendernos de un ataque, se pueda atravesar a la cometa enemiga, eso siempre daba resultado. Cuando cortabas a otra cometa, aparecía inmediatamente la famosa “CAPIA”, que consistía en que los muchachos al ver que la cometa se iba a la deriva, corrían por las calles gritando: “CAPIA, CAPIA”. Esta palabra mágica, hacía que cada vez más gente se uniera al grupo. Se perseguía a la cometa en su caída, hasta que terminaba en las manos del que llegó primero y despareció al toque (esto casi no sucedía), en las manos de todos donde la hacían puré, en un techo, árbol o cable de luz. El caso era que no sólo perdías el honor, al haber sido cortado, sino que te saqueaban tu cometa y se llevaban tu pabilo. El equipo, después de la derrota, quedaba casi mudo, cual soldados abatidos, se trataba de recoger los escombros y el silencio invadía a los involucrados, siempre quedaba el volver hacer otro moscón, corregir errores en defensa y afinar el ataque.
La sensación de sentir el temblor en mis manos por los flecos de la cometa cuando estaba en el aire en miniatura, ha quedado en mi mente, cuando parecía que con tu “moscón” tocabas literalmente el cielo ...

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Comentarios

  1. Literalmente me transporté a esas épocas que hacíamos cometas, unos buenos otros mal echos que terminaban enredados entre cables del poste de luz.

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