EL RIO


En los meses de verano el caudal del río aumentaba por la temporada de lluvias en la sierra. Coincidía siempre con las vacaciones escolares, el agua venía turbia y arrastraba ramas y troncos, algunas ocasiones animales. Con el transcurrir de los días, se tornaba cristalino y pasaba a formar parte de nuestra diversión diaria. Cruzaba la carretera panamericana norte, había un puente de concreto en esta parte. Los más osados se lanzaban desde el puente y caían en sus aguas, ante el estupor de los bañistas.

Una mayoría aprendió a nadar en este serpenteante río. Desde nuestro barrio estaba a 20 minutos a pie. Salíamos por la mañana y retornábamos al atardecer, hambrientos y con los ojos rojos. Era casi seguro que recibíamos una buena paliza por el exceso de tiempo empleado en aquel lugar.
Tenía la forma de una “L” invertida, justo en el punto donde cambiaba de rumbo, chocaba con un barranco de tierra dura, el cual nos servía como trampolín, para lanzarnos de cabecita o haciendo acrobacias hasta sus aguas. Una y otra vez, repetíamos el “ritual”, lanzarnos, nadar, escalar el barranco y volvernos a lanzar, hasta el cansancio.

Los troncos de los plátanos se utilizaban como flotadores. Algunos llevaban cámaras de llantas, el tiempo que la disfrutabas, terminaba cuando pasabas por el barranco, un sinnúmero de muchachos te abordaban y despojaban de ella y si tenías suerte te la devolvían al atardecer.
Debías ir en grupo, poner la vestimenta bajo piedras y en forma rotativa encargarse del cuidado de las prendas, el motivo era evitar que te las escondan entre los matorrales y al caer la tarde, se hacía difícil de hallar, incidiendo en la demora del regreso a casa, preocupando a los padres y asegurando un castigo oportuno y corrector.

Cometí el error de decir que no sabía nadar, en el grupo los de mayor edad, me prometieron enseñarme. Estuve confiado y tranquilo durante la caminata al río, al llegar nos dirigimos al barranco. Desde esa posición se tenía una vista panorámica de su recorrido. Apenas llegué, me tomaron de los pies y brazos y me lanzaron desde lo alto. Por instinto comencé a agitar mis brazos y piernas, la corriente me mantenía a flote, logré llegar a la orilla, recibiendo la ovación de los presentes. Los próximos lanzamientos- fueron varios-los realicé por mi cuenta.

En cierta ocasión, el fotógrafo de la ciudad y su menor hijo, llegaron con un bote inflable, lo había comprado en la capital, tenía la forma de una canoa india. Llegaron en un vehículo, bajaron el bote y demoraron bastante tiempo en inflar la canoa. Desde el barranco, el grupo seguía con especial interés este hecho. Se fueron rio abajo para poder disfrutar más tiempo el paisaje. En la parte delantera iba su menor hijo y el fotógrafo en la parte trasera con un remo en sus manos. El barranco estaba paralizado, todos adoptaron una actitud expectante. Poco a poco la canoa se acercaba al barranco, hasta que se escuchó un grito:
-          ¡¡¡¡ AL ATAQUEEEEEE !!!!

Lo que vino después, es que, cual película de piratas que abordan un galeón español, los muchachos se lanzaron en fila india hacia el río. A los pocos minutos, la canoa estaba sobrecargada y bajo el control de ellos. El fotógrafo y su menor hijo, nadaban en busca de la orilla. La canoa fue abandonada cuando se cansaron de navegar, hasta “Rocco” un perro viringo la disfrutó. El fotógrafo jamás volvió al río con su canoa inflable, por el mal rato que pasó ese día.
La imagen puede contener: puente, exterior, agua y naturaleza


Comentarios

  1. Te lanzaron como tribilin al río. De niños siempre se demostraba la "hombría" lanzándose y saber nadar, el que no lo hacía era punto de burla.

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