CITA A CIEGAS


Estoy en el lugar acordado una hora antes, el estrés sobrepasaba mi aguante, debía salir del departamento, no podía seguir allí un segundo más. Haciendo memoria, creo que la última vez que tuve una cita con una chica, fue un verano hace muchas lunas atrás. Comienzo a transpirar, me sucede solo cuando los nervios dominan mi cuerpo. Camino de un lugar a otro como león enjaulado. Hasta apoyarme en un poste en el centro de la Estación La Cultura en la avenida Javier Prado, miró el celular, y repaso por enésima vez la foto de Helen, aquella que está en la app de citas, una chica de ojos vivaces y cabello ondulado que invade su frente, con treinta y cinco años y amante de su pequeño Snoopy. Las mujeres pasan alrededor mío, cualquiera podría ser ella; morenas, pelirrojas, bajitas, gorditas, pero ninguna se parece a la chica de la foto. Solo falta diez minutos según el reloj del móvil, para verla. Me armo de valor y tomo la iniciativa, empezando a saludar a todas las que me miran y vienen hacia mí.

- ¿Helen?

- No.

- ¡Hola Helen!

- Está equivocado.

- Vaya, eres más guapa en persona, Helen.

- Lo siento, no soy yo.


Retorno a mi poste, ya han pasado diez minutos y ensayo una justificación ante la evidente impuntualidad, las mujeres son así en su primera cita, siempre llegan tarde, me repito una y otra vez. Una mano me toca el hombro, y al girar mi cabeza visiblemente emocionado compruebo que la chica es alta, delgada y de largo cabello lacio, no coincide en absoluto con la chica que espero, pero decidí no quejarme ante tan agradable equivocación.


- ¿Antonio?

Dudo por unos largos segundos, puedo romper el mágico momento y decirle que no soy la persona que busca, pero ante las circunstancias que estoy pasando …

- Encantado – me acerco y la saludo con un beso- tenía muchas ganas de verte, vaya eres alta y muy guapa.

- Gracias, quiero disculparme el metro venía super lleno, perdí algunos y por eso llegué tarde.

- No hay problema, también me ha pasado.

No sé su nombre, en realidad no sé nada de ella. ¿Acaso es importante? Jugaré a ser Antonio que más da.

- Estoy un poco intranquila, es la primera vez que tengo una cita con una persona usando está app.


¡Bingo! Antonio también es un fracasado, no llegó a tiempo a su cita, él se lo pierde y Helen de igual forma, par de perdedores. Caminamos sin rumbo definido hacia el Centro Comercial La Rambla. Su nombre es Liz, trujillana, lleva diez años en Lima, divorciada sin hijos. Nos sentamos en la terraza de un bar, no la interrumpo necesito saber de la vida de ambos. Deseo tener información de Antonio, la dejo hablar y solo atinó a contestar con monosílabos, y mover la cabeza de arriba y abajo. Después de tres chilcanos, ya sé todo sobre el famoso Antonio. Es bancario, le apasiona el fútbol y se distrae viendo series por internet, y llegó a Lima hace cinco años desde su calurosa Piura. 

Dejo que siga hablando, mientras me esfuerzo por imitar el acento norteño. Ella continúa hablando, mientras tanto intento asumir la personalidad de Antonio. Silbo una canción de Aguamarina y ataco con todo. Antonio ataca.

—Ya es tarde, ¿vienes a mi “depa” a tomar la última? — Pregunta Antonio, que es un hombre atrevido y curtido en mil mujeres.

La tomó por sorpresa, Liz le cuesta reaccionar.

—Vivías aquí cerca, ¿no? — Le tiembla la voz.

—Más o menos.


Nos levantamos y pago la cuenta incluido la propina. Antonio es generoso, o algo así ha dicho ella hace rato. Tengo el auto cerca, me sigue sin mediar palabra. Llegamos a los diez minutos. Saco dos cervezas de la refrigeradora la bebemos juntos. A Antonio nunca le faltan provisiones. Liz no tarda en buscar mi boca. O la de Antonio. Y la beso; lo hacemos los dos, Antonio y yo. Entramos los tres a la cama y Liz explota. Dos hombres contra una mujer, demasiada ventaja.

No sé si me quedé dormido. O si el que se ha quedado dormido ha sido Antonio y no yo. Los primeros rayos del sol empiezan a despertarme. A mí o a Antonio. Veo a Liz a mi lado; a nuestro lado; profundamente dormida.

Agarro el celular de la mesita de noche. El mío, no el de Antonio. Lo sé porque veo cinco llamadas perdidas de Helen y la misma cantidad de mensajes maldiciéndome. La bloqueo y borro su número.

Mierda, el móvil. Ese invento del demonio. Busco el de Liz entre las sábanas intentando no despertarla. Doy con él sin mucho esfuerzo. No tiene código de desbloqueo, va a ser fácil cambiar el número de Antonio por el mío. Así ahorraré problemas al menos durante unos días.

No encuentro el teléfono de ningún Antonio en la agenda. Tampoco hay Tonys, Toños, Anthonys, ni nada que se le parezca. Y por supuesto ni rastro de la app en la que supuestamente se conocieron. Antonio es una farsa. Y Liz sonríe en sueños, ¿es importante acaso? Presiento que este no será nuestro último amanecer.

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