EL PEQUEÑO ROCKY
El
viento helado de los andes, llegaba de a pocos hasta su madriguera. Único
sobreviviente de la camada, el parto tuvo complicaciones no esperadas. Aquella
tarde, su madre había salido a cazar para alimentarse, después de varios días
de no hacerlo. De pronto, una mano extraña lo tomó de sorpresa, siendo colocado
dentro de una caja de cartón envuelto en una manta. Abandonó su hábitat
natural, dejando atrás las punas nevadas, que no llegaría a explorar. Asimismo,
los pastizales, quebradas y bosques húmedos, cuyas bamboleantes ramas,
invitaban a perderse en sus entrañas y poner a prueba los sentidos. El pequeño
zorro andino quedó atrapado, inmovilizado por un cazador furtivo. Rehén en un
espacio incómodo, percibía la vida a través del agujero del contenedor que lo
transportaba. Entre movimientos bruscos, golpes y sonidos estridentes, recorrió
algunos kilómetros hasta un final sin bienvenida. Luego, todo se calmó, el
ajetreo intenso cesó de repente. Confundido y temeroso, se envolvió con la
manta, en un vano intento por pasar desapercibido. Algunas voces se escuchaban
afuera y estaban relacionadas con su futuro. Al menos, recibió leche en una
mamadera cada cierto tiempo. El ómnibus hizo su ingreso a la capital. Dos
sujetos recogieron varios bultos lo acondicionaron en una camioneta,
dirigiéndose de prisa al mercado central, en el centro de Lima. Un tipo calvo y
de prominente barriga los esperaba impaciente. Luego del intercambio de
saludos, ordenó a dos de sus ayudantes descargar la camioneta e ingresar los
bultos a su casa-almacén, al final de un callejón sin salida.
Pancho, con tan solo diez años había trabajado sin
descanso limpiando autos en la avenida Túpac Amaru. Se había propuesto tener
una mascota, un perro siberiano, por sus lindos ojos y hermoso pelaje. Le
habían dicho que, en el centro de Lima, en una zona cercana al mercado central,
lo podía conseguir. Ese sábado, se levantó muy temprano por la mañana, su madre
y hermanita aún dormían. Juntó despacio la calamina que hacía de puerta de su humilde
casa, y descendió del cerro apresurado con dirección a la avenida principal.
Después de casi hora y media sentado en el bus, llegó a su destino. Había
movimiento en el damero de Pizarro, la gente caminaba como si le faltara
tiempo. Pancho seguía también ese ritmo impuesto casi sin darse cuenta, hasta
llegar al lugar que le indicaron.
-
Circula chiquillo, no interrumpas el pase, ¡muévete! -dijo un tipo achinado, a
la vez que lo empujaba para que se retire del lugar.
- Señor, estoy buscando un cachorro siberiano,
¿sabe usted dónde lo venden? – dijo el muchacho sin bajarle la mirada.
-
Acaso tienes dinero para comprarlo ¿tienes?
-
Solo cincuenta soles, señor.
-
Hoy es tu día de suerte, muchacho. Justo tengo un cachorrito, ¿lo quieres ver?
-
Claro que sí, señor.
-
Espérame aquí, no te vayas a mover. Ahorita lo traigo.
-
Aquí lo espero.
El
tipo ingresó raudamente al callejón, perdiéndose entre la gente que entraba y
salía. Al poco tiempo, retornó con una manta entre sus manos. Dejó que el
animal asomara su cabeza. Pancho quedó ensimismado, no deseaba otro cachorro,
presentía que llegarían a ser grandes amigos. Lo acondicionó a la altura de su
pecho dentro de su casaca, y salió casi corriendo del lugar, después de recibir
del tipo las indicaciones a tener en cuenta sobre su cuidado. Tomó el bus de
regreso a casa, en el camino no dejaba de pensar en su mascota. Lo bautizó con
el nombre de Rocky, y le prometió cuidarlo siempre. Pasaron los días y la
mascota se iba adaptando a su nuevo hogar, Pancho era el más feliz de tenerlo
en casa.
-
Oye pequeño, ¿cómo te llamas? -preguntó el gato gordo de la vecina, desde la
pared colindante.
-
Mi nombre es Rocky, señor. Soy un perro siberiano-contestó amablemente al
felino.
- ¿Perro? y ¿siberiano? Uhm, creo que tienes un
pequeño problema de personalidad, mi estimado amigo.
-
¿Problema?, qué intenta decirme.
-
Tengo los años suficientes, para reconocer y sentir el olor a perro a la
distancia, y me parece que no encajas como tal, y menos eres un siberiano.
-
Me está diciendo que no soy un can.
-
Te lo voy a demostrar de inmediato. ¿Levantas la pata trasera cuando orinas?
-
No.
-
¿Acaso sabes ladrar?
-
No.
-
¿Mueves la cola sin parar cuando ves a Pancho?
-
No.
-
¿Sientes deseos irresistibles de desaparecer a Clotilde, la gallina de tu
vecina?
-
No deseo hacerle daño a nadie, señor.
-
No puedes ir contra tu naturaleza, porque eres un zorro y no un perro, como les
han hecho creer a tus amos. Tu lugar no es vivir encerrado en una casa, tarde o
temprano te alejarás, es algo inevitable. Adiós, pequeño amigo piensa en lo que
te dije.
Una gran tristeza se apoderó de Rocky, todos los cuestionamientos que estuvo haciéndose durante semanas, fueron esclarecidos de golpe por Rodolfo, el gato gordo amarillo. Recién entendió por qué era distinto a sus amigos Snoopy y Lucas, dos juguetones perritos casi de su edad. Los pensamientos revoloteaban en su cabeza, debía partir y buscar a los suyos. Al día siguiente, Pancho dejó la puerta entreabierta de la casa sin quererlo, siendo aprovechado por el zorrito para alejarse hacia los cerros aledaños en busca de su destino. El invierno pronto llegaría para cubrir con su manto gris a la capital.
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