AMISTAD VERDADERA



Rigoberto estaba a pocos días de cumplir cien años, conocía todos los mares y océanos, siempre viajaba en solitario. Sin embargo, una y otra vez regresaba al arrecife de coral. Esta vez, su retorno no pasaría desapercibido, sus amigos lo esperaban con ansías, no dejaron escapar ningún detalle de la pomposa celebración. El encargado de organizarlo fue el “Azulito”, un joven delfín nariz de botella, sería la celebración sorpresa para su amigo de siempre. A la mayoría de ellos, Rigoberto los había visto desde que nacieron, todos le decían de cariño “abuelito”. El sonreía al escucharlo y les correspondía con una caricia. Por lo general, llegaba un día antes de su cumpleaños, muy temprano por la mañana, los despertaba para entregarles los regalos recopilados en su largo viaje. Luego, les narraba las historias más increíbles de su arriesgada travesía, los amigos que dejó y los lugares más hermosos que visitó. Jamás era interrumpido. Nicolás, el calamar gigante, dejaba volar su imaginación, pues nunca había abandonado el arrecife. 

     -Amigos, no se olviden de todo lo que hemos ensayado estas semanas. Faltan minutos para que llegue Rigoberto, así que todos a sus lugares- dijo el Azulito.

Pepe, el pez payaso, estaría flotando a la entrada del arrecife, haciéndose el moribundo. El arrecife estaría en silencio. Al entrar Rigoberto, vería la escena, y Pepe con el habla entrecortada lograría decir unas palabras. “Timoteo, el ti-bu-rón en-lo-que-ció, no que-da nadie … nadie”. Acto seguido, lanzaría un último suspiro y flotaría fingiendo morir, su frágil cuerpo danzaría como el vaivén de las hojas secas al caer. Timoteo saldría de la cueva de coral, su enorme figura se acercaría amenazante y abriendo su enorme boca, dejaría salir una fila de anguilas eléctricas, estrellas de mar, medusas y peces linternas, cantando en coro: 

 “Tú eres mi hermano del alma realmente el amigo, que en todo camino y jornada está siempre conmigo …”. 

Todo se llenaría de luz y color. Los pulpos lanzarían sus tintes, para escribir en el agua “Feliz 100 años abuelito “. La orquesta a cargo del Azulito tocaría sus mejores melodías. El arrecife sería una fiesta, el abuelito lo merecía. Pasaron los minutos, las horas y Rigoberto no daba señales de vida. Algo tuvo que suceder, algo estaba pasando y debían averiguarlo. Se formaron grupos de inmediato, explorarían a los alrededores. El Azulito lanzó su silbido a la manada, a los pocos minutos llegaron dispuestos a ayudar en la búsqueda. Cubrieron todas las direcciones, empleando su máxima velocidad. Timoteo y los más grandes, también ofrecieron su ayuda. Después de recorrer varios kilómetros, el Azulito hizo un alto a su veloz carrera, asomó su cabeza fuera del agua y lo que vio lo dejó helado. Era una embarcación de pesca, con enormes redes de arrastre. Tomó todo el aire que pudo y se sumergió profundamente. Se acercó con cautela, hasta ver la red llena de peces, en un rincón aplastado e inconsciente una figura diferente se dejaba notar. 

- ¡Abuelitooooo! – fue el grito desesperado que sacudió las profundidades. 

Rigoberto estaba exhausto, había luchado con todas sus fuerzas para no ser arrastrado por la red, pero el cardumen lo venció y terminó atrapado. Azulito lanzó su silbido pidiendo ayuda, la manada lo escuchó y fue a su encuentro. Félix y Alex, los peces sierras, comenzaron a serruchar con fuerza la red, pero no lograban cortarla, no se rompía. La grúa del barco comenzó a subir la red, desesperados todos se aferraron a ella, empujando en contra, para que no avance. El operador de la grúa, notó algo raro, poniendo la máquina a su máxima velocidad, logrando subir la red con todos los peces, incluido Rigoberto. Se abrió la red, cayendo los peces en un inmenso depósito. El maquinista al ver la tortuga caer, bajo de la grúa, tomó al animal lanzándolo a un recipiente aparte. 

-Señores, por fin comeremos algo diferente, guiso de tortugaaaa – gritó entusiasmado, desatando algarabía entre los presentes. 

Abajo, al Azulito se le ocurrió una idea en la desesperación, tenía que funcionar de lo contrario no verían más al abuelo. Todos escucharon con atención las indicaciones y harían que funcione. De pronto, por la proa del barco asomó la aleta de un tiburón. Uno de los pescadores, al ver el enorme animal, gritó: 

- ¡Tiburónnn a estriborrr! 

La tripulación del barco, se aglomeró por la parte derecha para observarlo. Timoteo llevaba en su boca a “Nicolás”, el calamar gigante, lo lanzaba al aire para atraparlo y sacudirlo, Nicolás soltaba su tinte y parecía que el tiburón lo devoraba. Era todo un espectáculo de terror, tenía a todos los pescadores, ansiosos por ver el desenlace fatal. Rigoberto estaba en la popa del barco, el Azulito tomó su mayor impulso logrando un triple salto, cayendo pesadamente dentro de la embarcación, se arrastró como pudo y con su nariz empujó el recipiente volteándolo y liberando a Rigoberto. Éste al verlo, se llenó de fuerzas, juntos empezaron la huida de aquel lugar, dejándose caer por babor hasta sumergir sus cuerpos y sentir el océano de nuevo. Azulito lanzó su fuerte silbido a Timoteo, al escucharlo desapareció con Nicolás, como por acto de magia. Cuando los pescadores fueron a ver la tortuga para la cena, se encontraron con la ingrata sorpresa que no estaba, no entendían como logró escapar del recipiente, era todo un misterio.

La fiesta del abuelo Rigoberto, fue espectacular y emotiva, todos desbordaban de felicidad de tenerlo de vuelta y esta vez para siempre, pues les dijo que estuvo buscando por todos los océanos amigos y un lugar para pasar su vejez. Sin embargo, recién entendió que no debía buscar más pues, ellos eran amigos verdaderos y el arrecife de coral, su cálido hogar.

 

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