UN VIAJE INOLVIDABLE


 

-    Profesora… ¿nos puede ayudar? - con esta interrogante, “Milo” la obligó a sentarse y descargar sus cosas encima del escritorio, estaba a punto de abandonar el aula.

-    ¿De qué se trata Emilio, te escucho? - dijo sin apartarle la mirada.

-     Bueno profe, hablo en nombre de todos mis compañeros. Como sabrá este año terminamos nuestra etapa escolar y deseamos que sea nuestra asesora del viaje de promoción. Usted sería la persona indicada, puesto que conoce la ciudad donde queremos ir de viaje.

La joven maestra, recién había empezado el camino de la docencia. Se quedó sin reaccionar unos minutos, no esperaba la propuesta que acababa de escuchar. Su semblante no ocultaba su sorpresa.

-         ¿Y a dónde piensan ir?

-      A la ciudad, pasar un día juntos, tal vez visitar algún museo o ir al cine- replicó “Milo”, ansioso en extremo.

-       Uhm …, ok, acepto. La próxima clase traeré los presupuestos y ustedes deciden. Ahora me retiro porque tengo aún clases por dictar. Adiós y pórtense bien.

Apenas abandonó el salón de clases, la algarabía estalló de forma espontánea. Cuatro profesores ya nos habían dado la espalda. Al fin tendríamos nuestro anhelado viaje escolar. La ciudad a visitar quedaba a 80 km, de la nuestra. Las diferencias en infraestructura eran abismales. Un gran porcentaje de estudiantes nunca la había visitado y para otros era la oportunidad de hacerlo sin supervisión paternal. Dado nuestro exiguo presupuesto, el viaje se realizaría en camión. Por esas coincidencias de la vida, el elegido fue un viejo camión FORD F600, con tolva y carrocería de madera, el dueño era el novio de la profesora, un tipo alto de larga melena que sujetaba con una vincha. Todos los viernes, la esperaba al término de clases, sentado en la cabina del referido vehículo.

A mi madre le comuniqué emocionado el acontecimiento, sin ahondar en los pormenores del viaje, el dinero que me daría alcanzaba para los pasajes, comer algo y una entrada al cine, no más. Mi padre nunca se enteró de nada. Llegó el día tan esperado, el punto de reunión fue el colegio. Muy temprano por la mañana, comenzaron a llegar los “viajeros”. La vestimenta a solicitud de la profesora, fue el uniforme escolar. “Milo” apareció sonriente con una olla de aluminio, al destaparla solo había arroz con treinta huevos fritos.

Una vez que el grupo estuvo completo, empezó la travesía. En la cabina del vehículo iban la profe y su novio, el resto en la carrocería y tolva. Una vez que el camión ingresó a la carretera panamericana, saltó el primer inconveniente. Un día antes, había tenido una carga de ladrillos, así que la arenilla de éstos estaba regada por todo el piso. Al aumentar la velocidad, el aire entró por las rendijas de la carrocería, creando torbellinos de polvo anaranjado, los cuales impactaban en nuestro cuerpo. A los pocos kilómetros de recorrido, todos éramos pelirrojos. Al mirarnos unos a otros, estallaron las carcajadas espontáneas ante este impase inesperado. “Rivera”, inmortalizó el momento en una foto. Después de dos horas de viaje, el tiempo normal era una hora, llegamos a la ciudad. Se estacionó en la biblioteca municipal. Bajamos con el cuerpo acalambrado y adolorido, puesto que, todo el viaje estuvimos de pie, tratando de asirnos a la carrocería para no caer al piso, ante un cambio brusco o inesperado.

-      Muchachos, son las ocho y diez de la mañana, a las cinco y cincuenta de la tarde, nos encontramos en este mismo punto. Partiremos a la hora acordada, están advertidos- la profesora dio media vuelta, subió al camión y desapareció.

Por unos segundos la confusión se apoderó de nosotros, sin saber qué hacer. Aquellos que conocían la ciudad, se convirtieron en guías del grupo. Al costado de la biblioteca estaba la Casa de la Juventud, sede de la Feria de Ciencias, estudiantes no pagaban la entrada. Gracias al uniforme escolar fue lo primero que visitamos, resultando un encuentro enriquecedor. Visitamos el estadio, museos, plaza de armas, catedral y cuanto monumento había en la ciudad. Todo el recorrido lo hicimos a pie, en grupo compacto, tratando de seguir a los guías. En una de esas caminatas por el centro histórico, nos topamos con un vendedor ambulante de libros usados.

-        Buenas tardes, ¿Cuánto cuesta “La Ilíada”? - inquirió “Milo”.

-        Doce soles.

-        Y “Cien años de soledad”- preguntó otro.

-        Sesenta soles.

El joven ayudante era bombardeado por el grupo. Habíamos comprado plátanos y pan, así que no dejábamos de comerlos mientras preguntábamos sin cesar. Un tipo gordo de cabellera escasa, disfrutaba su almuerzo observando todo. Dejó de hacerlo, acercándose en actitud amenazante.

-       ¡Pepe, eres tonto o te haces! …, no ves que estos pobretones están almorzando pan con plátano. No van a comprar nada. Bótalos de acá – fue el mensaje que recibió el ayudante.

Nos alejamos al quedar expuesta una gran verdad. No teníamos un centavo para realizar esa compra extra. Nos dirigimos al cine. La función empezaría a las tres de la tarde. Compramos los tickets para la zona de la platea. “Milo” aún cargaba su olla de aluminio. Al destaparla, varias manos buscaron el huevo frito que calme el hambre evidente. Se armó un alboroto, cual pirañas a los pocos minutos todo se esfumó. El cansancio nos invadió de repente, levantarnos temprano y la preocupación del viaje, fue la combinación culpable. Acabada la función cinematográfica, aceleramos el paso con dirección al punto de reunión, el camión ya se encontraba en el lugar acordado. La profesora y su novio no bajaron del vehículo. Al retorno nos alcanzó la noche y el viento frio de invierno, ingresaba a través de las rendijas de la carrocería. Nos juntábamos para darnos calor. “Milo” comenzó a cantar un vals, poco a poco, se formó un coro. Nadie nos dio la bienvenida. Las tenues luces de los viejos postes de madera, fueron testigos de los interminables abrazos de despedida, había sido un día intenso pero difícil de olvidar.

 

 

 

 


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