CARRERA 15K
Al
ingresar a la universidad, una serie de nuevos acontecimientos comenzaron a
presentarse repentinamente. Si bien, lo académico ocupaba la mayor parte
de nuestro tiempo, había otro hecho relevante que atraía como imán, el interés
de los estudiantes: el campeonato nacional universitario. La sede norte elegida
fue la ciudad de Trujillo, si lograbas clasificar, competías con los
seleccionados de las otras sedes a nivel nacional, en la ciudad de Lima. Después
de un riguroso "yan ken po", llegamos a la conclusión que solo nos
quedaba una alternativa: atletismo. Para suerte nuestra, era la primera vez que
se incluía como disciplina deportiva. Previa inscripción, pasamos a adquirir la
indumentaria, siendo convocados por un profesor de educación física,
especialista en la materia. El centro de operaciones para tan importante reto
fue el estadio de la ciudad. Había permisos especiales para los atletas, los
horarios de entrenamiento a cumplir no permitían variaciones. Allí estaba
puntual con mis amigos, "Pechito", "Huarancoco" y el “viejo
Fernández”. La rutina se iniciaba con ejercicios de calentamiento, combinado
con tips sobre el atletismo, cerrando con tres vueltas a la pista atlética
cronometradas y cuyos tiempos se registraban en una hoja de papel parecida a
una lista de asistencia escolar. Conforme se acercaba la fecha, los
entrenamientos se intensificaron. Al final, el profe, un tipo de talla baja y
prominente barriga que siempre tenía algo de comer en la mano, nos felicitó y
nos dijo que no tenía duda que nuestro desempeño sería óptimo. Así las cosas,
partimos seguros a “quebrar” tiempos, en la carrera 15K de la ciudad de Trujillo
al balneario de Huanchaco.
Aquel día
del verano de 1984, el sol norteño brillaba en todo su esplendor ante un limpio
cielo azul, los competidores- más de 60- salieron disparados a la señal que
anunció el inicio de la carrera. No tenía la menor idea de cuánto equivalía 15
Km en tiempo, solo corría tratando de llevar un ritmo, mientras más adelante desaparecía
ante mis ojos el “viejo Fernández”. La carretera de asfalto quemaba con
intensidad, el calor te invadía y después de unos minutos de trote a un ritmo
constante, sentía un fuerte ardor en el pecho y la boca más seca que arena del
desierto. De pronto, una camioneta Jeep con el logo de la Universidad de
Trujillo, se colocó a mi costado, abriéndose la puerta trasera del lado
derecho.
- ¡Sube
rápido, no vas a llegar!
Giré la
cabeza, allí estaban desparramados en el piso del asiento trasero, “Huarancoco”
y “Pechito”, sin una gota de sudor en la frente. El conductor del vehículo no paraba
de reírse al vernos en tales condiciones, aceleró el vehículo con dirección a
Huanchaco, adelantó a todos, mientras nosotros permanecíamos escondidos en el
piso. Dos kilómetros antes de llegar al balneario, había una curva rodeada de arena
con dos enormes dunas. Nos bajamos apresurados y a la voz de "rampar",
lanzamos nuestros cuerpos a tierra, permaneciendo atentos al paso de los
atletas. “Pechito” deslizó la idea de salir y llegar a la meta para ser
cargados en hombros, al ver nuestros rostros, indicó que era solo una broma.
Después de unos minutos pasaron los primeros competidores, conté más de quince.
Miramos hacia todos los lados y decidimos salir e ingresamos a la carretera en
fila india, a un mismo trote, pronto divisamos la pancarta de "LLEGADA".
Entre aplausos y vítores de los presentes cruzamos la meta. Al poco tiempo, la
mayoría de participantes había culminado la carrera, todos estaban empapados de
sudor y jadeando sin cesar. Todos excepto nosotros, puesto que, no corría una
gota de sudor por nuestros rostros, tampoco había algún signo visible propio de
una extenuante competencia. Así que, de inmediato sumergimos nuestras cabezas
en un balde con agua, a fin de confundirnos entre los atletas.
Se acercó
el “viejo Fernández”, con una expresión de asombro y colorado como un tomate, expresó:
- No
logramos clasificar …, a propósito, ustedes venían detrás mío, ¿en qué momento
me pasaron?, no lo recuerdo.
- “Viejo” hemos
pasado cerca de ti. Lo que pasa es que, como buen atleta estabas concentrado en
la carrera- replicó “Pechito”.
- Tienes
razón, siempre me ocurre – dijo.
Desaparecimos del lugar, nadie más nos preguntó al respecto. La celebración se cubrió con luces y color. A los atletas clasificados los invadía la emoción, habían dejado en el caliente asfalto cada gota de sudor, su dedicación y entrega daba sus frutos. En el cuarto del hotel, un silencio nos acompañó aquella noche, un sentimiento de culpa asaltaba nuestra mente. Aquel episodio vivido nos sacudió a los 16 años, y recién entendimos que al final siempre, todo esfuerzo tiene su mérito.
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