LAS HISTORIAS DE TERROR

 



La tenue luz eléctrica de los postes de madera o en algunas calles, la ausencia de la misma, creaba la atmósfera perfecta para las narraciones de terror, en la esquina del barrio. Los encargados de contarlas    casi siempre eran los de mayor edad y se realizaban cuando el reloj de la catedral marcaba las once de la noche para adelante. Una vez que el narrador empezaba, ya no podías abandonar el grupo, de hacerlo te catalogaban de cobarde y te molestaban con ese apelativo por un buen tiempo. Al vivir cercanos a la Iglesia del pueblo, lo primero que te enterabas tenia relación con el área donde había sido construida : el antiguo cementerio. Así que, el cuentista te lo recordaba siempre, antes de iniciar sus cuentos de ultratumba. Apenas daba inicio al relato, nadie interrumpía y el grupo adoptaba una posición expectante, Allí estaban los que simulaban no tener miedo y solicitaban más relatos, también aquellos que trataban de demostrar que les era indiferente y por último, la mayoría en cuyo rostro se reflejaba el temor que les causaba escuchar esas tenebrosas historias.

Los clásicos cuentos que se repetían a través del tiempo eran : El Cura sin Cabeza, La Tacona, La Carreta con Cadenas, La LLorona, La Viuda y muchas más. Conforme avanzaba la historia, el reloj se acercaba a la medianoche. El cuentista hacia coincidir el termino con aquella hora. Lo que seguía después era dirigirte a tu casa, ese trayecto se convertía en la distancia más extensa por recorrer. Con el paso acelerado y el corazón latiendo a mil, sentías que respiraba en tu nuca alguno de los tenebrosos personajes, tocabas la puerta de tu casa, repetidas veces, deseando cuanto antes ingresar y sentirte a salvo de tales espectros.

Sin embargo, no era tanto así, acostado en tu cama en una oscuridad total y en el silencio de la noche, cada una de los personajes cobraban vida en ese momento. Con los ojos cerrados y envuelto en la cubrecama como un tamal, solo esperabas que te jalaran de los pies, alguna huesuda mano. Esa noche se convertía en una larga e interminable tortura, permanecías alerta ante cualquier sonido o suceso imprevisto. Al final, conseguías conciliar el sueño sin darte cuenta y a pocas horas de la llegada del amanecer. Al encontrarte de nuevo con los amigos de barrio, nadie decía que había pasado una terrible noche, por el contrario, daban por descontada su presencia en la esquina, para escuchar nuevas historias de terror, aunque sabías las implicancias y apuros que volverías a experimentar.

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