ALQUILER DE BICICLETAS
Aprender a manejar
bicicleta era el reto a vencer. Por lo general, lo hacías en una bicicleta
alquilada, sin frenos, llantas dispares, sin color definido y con algo de
suerte el asiento no se hundía. En el parque principal había dos negocios
dedicados al alquiler; el tiempo mínimo era media hora que pasaba volando. En
el barrio eran contados con los dedos quienes disfrutaban de una en casa.
Cuando era así, la compartías entre todos los hermanos por turnos, los mayores casi
siempre le asignaban los fines de semana.
Había una combinación
peligrosa al momento de alquilar en uno de los negocios. Una señora de avanzada
edad era la dueña, te repetía varias veces la hora de término, haciendo
hincapié en la devolución del aparato antes de que se acabe el tiempo. A su
costado, escuchando las advertencias estaba “Pepito”, sobrino de la señora en
cuestión, cabeza rapada y porte tipo militar; salía como un pitbull en tu
búsqueda tan pronto como el tiempo de alquiler acababa. Cinturón en mano, te
perseguía hasta alcanzarte y te “obsequiaba” un par de chicotazos sin lugar a
quejas, para retornar con la “bicla” recuperada al hombro. Muchos no devolvían
el aparato, a fin de sentir la adrenalina al ver al tipo correteándote
alrededor del parque, en la errónea idea de vencerlo por el cansancio, craso
error, él era incansable, nunca lo vi perder una sola “batalla”.
De Jaén, llegó “Firo”,
aquél de bigotes anaranjados, puso una de las primeras discotecas en una casa
ubicada en una de las esquinas del parque. La decoración interior era de
guayaquiles cortados por la mitad y con una capa de barniz, además de afiches luminosos
de cantantes y bandas de moda. Sin embargo, al poco tiempo cerró, el
inconveniente fue que las chicas no entraban, si acaso alguien se atrevía, hasta
el gato de la casa se enteraba del hecho, la reprimenda y algo más estaba
asegurada.
“Firo” tuvo la
revolucionaria idea de colocarle un timón de camión a su bicicleta Hércules,
despertando el interés de la “mancha” por manejar la inusual nave. Se paseaba
por todo el pueblo, causando sensación con el loco invento, más de una persona
deseaba experimentar lo que se sentía conducirla. Recuerdo debates encendidos
en la esquina del barrio acerca de ese tema. Comenzamos a hacerle seguimiento,
la idea central giraba en que tan pronto estacione la “bicla”, tomarla por
asalto y disfrutar de un par de vueltas. Después de varios intentos fallidos,
logramos manejarla y descubrir-como era previsible-que el bendito timón no la convertía
en un vehículo automotor. No volvimos a tocar el tema.
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