DOS INTRUSOS

Pasábamos por el Parque Infantil con mi amigo, el “colorao” Django, serían las 2 de la tarde, a esa hora estaba solitario, abandonado, como invitándonos a ingresar. Nunca me había llamado la atención, pues desde nuestro barrio debías caminar varias cuadras hasta ese lugar, además de enfrentarte a los “dueños de los juegos”, un grupito que, por el hecho de vivir cercanos al parque, no permitían que otras personas los utilizaran, asumían que les pertenecía.
Pero ese día, al ver la tranquilidad que los envolvía, casi sin “querer queriendo” decidimos dejar nuestras huellas en el recinto. Era como estar en una heladería en solitario, sin saber que juego escoger entre columpios, sube y baja, pasamanos y muchos más. El elegido fue un enorme trompo oxidado que se sostiene de unas cadenas, era de color granate, al girar hacia un ruido como de portón viejo. El Objetivo del juego era que te colgaras y giraras sin parar. Pero Django y yo, nos subimos al aro para hacer la experiencia un poco más arriesgada y con más adrenalina. Si habíamos decidido ingresar después de tanto tiempo, era lógico tratar de disfrutarlo al máximo.
Tan pronto como nos trepamos al aro, como por arte de magia, apareció una horda de pendejos, los autodenominados “dueños”, nos cercaron y en forma sincronizada comenzaron hacer girar el trompo a una velocidad alucinante. Me agarré de las cadenas con fuerza porque si me soltaba perdía. Recuerdo que “Django” para darles la contra empezó a gritar: “Más rápido, más rápido …….”, mala decisión, eso los enfureció, pues pensaban que nos divertíamos (estaba más asustado que perro en moto y Django igual). Entonces, cambiaron de táctica, dejaron de darnos vueltas para estrellar el aro contra el tubo que lo sostenía en la parte interna, cada choque, nos remecía desde los pies hasta el cerebro, poco a poco fueron aumentando la potencia de los choques. Pero no caíamos y eso los desesperaba, no sé cuánto tiempo estuvimos girando y estrellándonos sin parar, sólo pensaba, en la primera oportunidad que se detengan, salto. Y sucedió, tal vez por cansancio o porque ya nos habían jodido suficiente, pero en ese pequeño lapso que se detuvieron, volamos literalmente por el aire y caímos -parados- en tierra firme. Los pendejos nos miraron y como si no hubiera pasado nada se alejaron a esconderse, ese era el truco, hasta que caigan los próximos "clientes". Mientras nos alejábamos del lugar, sentía las manos arder, al mirarlas tenía unas ampollas gigantes a punto de reventar y el "colorao" también. No hubo reproches, no hubo comentarios, sólo caminamos con dirección a casa..

Comentarios

  1. En nuestra niñez y juventud cualquier objeto que tenía cierta forma lo usábamos para jugar, no importaba los riesgos sólo nos divertíamos.

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